Terremoto 1972 y los seguros
A mis 12 años de edad fui testigo de una de las manifestaciones del poder destructor de los fenómenos de la naturaleza: los terremotos. Más bien, el terremoto de Managua de 1972 en la medianoche del 23 de diciembre. No recuerdo cómo salí de la casa. Estaba más dormido que despierto, pero la réplica —media hora después— fue suficiente para recordar por siempre aferrándome al cuerpo de mi mamá y asustado buscaba su mirada. En ese momento no importaba si caía el cielo, sentí alivio, a salvo y protegido.
Precisamente la semana pasada se cumplieron 41 años desde aquella imborrable y fatídica fecha en la que perdimos más de 10,000 seres humanos, sumadas a las pérdidas materiales calculadas en cerca de mil millones de dólares de la época, pérdidas a cargo de las aseguradoras aún no precisas. Perdimos también nuestra identidad como Managua.
Sin embargo, la fuerza de la naturaleza continúa manifestándose. Siguió el terremoto de la Centroamérica, el huracán Juana en 1988, el maremoto de Masachapa de 1992, el huracán Mitch en 1998, las erupciones volcánicas del Cerro Negro de 1992 y 1995 y el terremoto de Masaya del 2000.
Y si bien es cierto en los últimos diez años hemos estado libres de grandes catástrofes, por efecto de lo que hoy conocemos como cambio climático, continuamos sufriendo pérdidas humanas y materiales multimillonarias para una economía tan pequeña como la nuestra.
Precisamente cuando tenemos una economía pequeña y todavía una insuficiente clase media, el mecanismo de protección financiera que brinda la industria del Seguro es indispensable para el Gobierno Nacional y los locales, las empresas públicas y privadas y, prioritariamente, para las familias nicaragüenses.
Gracias al empuje y dedicación de centenares de corredores profesionales de seguros, hemos avanzado algo en la penetración del seguro en la sociedad nicaragüense. En los últimos once años hemos pasado de 57 millones de dólares en primas de seguros en 2003 a casi 150 millones de dólares en este 2013. Un crecimiento formidable, pero insuficiente. Actualmente, ocupamos el último lugar en volumen de primas en Centroamérica y Panamá.
En estos últimos siete años, desde Ineter y Sinapred hemos avanzado mucho en la concientización de los peligros a la vida y los bienes, derivados de las zonas de riesgos, los fenómenos naturales y el cambio climático. Los planes de Alertas Tempranas, Evacuación y Mitigación son un avance estupendo; sin embargo, hoy más que nunca es obligatorio contar con una póliza de seguro para proteger su capacidad económica y sus bienes.
Para Nicaragua, país altamente sísmico y expuesto a diversos fenómenos de la naturaleza y el cambio climático, es obligatorio contar con mecanismos de protección ante desastres como la compra de Bonos Catastróficos, crear mecanismos de compensación como en EE. UU. o España y, sobre todo, analizar la posibilidad de que los nicaragüenses contemos con una cobertura de seguros obligatoria ante estos riesgos. Tenemos que fomentar el espíritu de prevención y seguridad para todos los nicaragüenses.
Después del terremoto, del maremoto, de la inundación, del huracán, del incendio, del rayo, la explosión, del saqueo, del accidente, de la incapacidad total y permanentemente para trabajar y de la muerte, siempre hay un mañana. Y es mejor estar asegurados por la familia y los hijos. Después no diga: “No tengo seguro”.
Donald Bonilla
Agente de seguros en Renacer, Correduría de Seguros SA.
Directivo a cargo de las Relaciones Públicas y Capacitación de la ASOCIACION NICARAGUENSE DE AGENTES PROFESIONALES DE SEGUROS (ANAPS)
http://HablemosDeSegurosNicaragua.blogspot.com
Publicado en La Prensa Seccion Activos Lunes 30 de diciembre 2013.
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